Fuente: Haaretz (13-03-2019)
El apartheid no comenzó con él y no terminará con su partida.
No es el primer ministro Benjamin Netanyahu, o al menos no solo él. Uno no puede culpar a una persona, por influyente y poderosa que sea, de cada maldad, como hacen sus opositores y enemigos. Ellos dicen que el racismo, el nacionalismo extremo, la división, la incitación, el odio, la ansiedad y la corrupción se deben a Netanyahu.
Pero no es así. Sus pecados son innumerables, el daño que ha hecho es inconmensurable y sería genial tenerlo fuera de nuestras vidas, pero culparlo de todo es engañoso y sacudirse la responsabilidad.
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